Papá torben. La Raqueta Metallica

"Inclasificable" es uno de aquellos topicazos que le van pintiparados a un personaje del calado de Torben Ullrich, demasiado inquieto en campos demasiado diversos como para encasillarle alegremente sin que se salga de la cuadrícula. Su aspecto ya delata a un tipo peculiar: gorra del revés y barba cana de dos palmos, muy a lo ZZ Top, reflexiones en clave filosófica y siempre ocupado pese a sus 82 años de edad. Sigue jugando a tenis como en sus buenos tiempos, pero también escribe, pinta, dirige películas y toca diversos instrumentos de viento como el clarinete, la flauta y el saxofón.

Torben, nacido en Fredricksberg (Dinamarca) en 1928, es uno de los tenistas con trayectorias más dilatadas de la historia del circuito: jugó desde 1948 hasta 1977 y en esos casi 30 años de carrera se batió el cobre con las raquetas más ilustres de varias épocas. Números cantan: 20 participaciones en Wimbledon, 14 en Roland Garros y 102 partidos disputados en Copa Davis son cifras que merecen respeto. Ganó una veintena de títulos en los años 50 y 60, todos menores, y su mejor resultado en un Grand Slam fueron los cuartos de final de Roland Garros en 1968. Cuando pasó al circuito senior, reservado a jugadores de más de 45 años, llegó a alcanzar el nº 1 mundial en 1976 y ganó más dinero del que se había embolsado con anterioridad.

Más que por sus resultados, Ulrich era conocido por su aspecto –fue el primer jugador, en los 70, que se atrevió a llevar una poblada barba en el All England Club– y por su personal discurso, radicalmente distinto del resto de los tenistas de la época. Influenciado por el budismo y adiestrado al respecto en India y Nepal, sus respuestas siempre eran lo opuesto al tópico. La más memorable fue tras perder un partido a cinco sets ante John Newcombe en el US Open. Cuando el danés iba dominando en el marcador, una mariposa comenzó a revolotear sobre su cara y se quedó pasmado. Fue un punto de inflexión que acabaría llevándole a la derrota. Luego, en la sala de prensa, sorprendió con la siguiente frase: "¿Era yo en aquel momento un hombre soñando que era una mariposa o soy ahora una mariposa soñando que soy un hombre?". Los atribulados periodistas tuvieron que sudar sangre para descubrir que era una cita del filósofo taoísta Chuang-tzu.
 
Torben tocaba el clarinete desde muy pequeño y alcanzó el virtuosismo suficiente para actuar con leyendas del jazz como Luisa Armstrong, y también ejercía de crítico musical para un diario danés. Y todo ello mientras iba de un lugar a otro del planeta para disputar torneos de tenis. Aquello mermaba su capacidad de alcanzar buenos resultados deportivos, porque un día cualquiera de su vida tenía el siguiente guión: se levantaba, entrenaba, iba a ensayar, jugaba un partido de competición, iba a ver un concierto, escribía la crítica para su periódico, tenía una actuación... a menudo le faltaban horas y pasaba tres o cuatro noches sin dormir. En ocasiones acababa desvaneciéndose e ingresado en un hospital por agotamiento.
 
Por si fuera poco, luego la emprendió con la pintura. Su primer cuadro consistió en empapar pelotas de tenis en diversos baños de color y estrellarlas a raquetazos sobre un lienzo gigante. La cosa funcionó y luego continuó su carrera pictórica por otros derroteros más al uso. Y por último llegó el cine, primero como actor y luego como director, siempre en filmes de carácter experimental y alejados de las salas comerciales.
 
La fama, sin embargo, le llegó a Torben Ulrich a través de su hijo Lars. Era el mejor jugador danés de su categoría de edad y el padre decidió enviarle a la academia del 'gurú' Nick Bolletieri en Florida para ir un paso más allá cuando tenía 13 o 14 años. Sin embargo, y pese a sus innegables dotes, acabó dejando el tenis por otra actividad que le depararía gran fortuna. Estando en Dinamarca, un amigo de su padre le llevó a ver un concierto de Deep Purple y el chico quedó prendado del heavymetal. Torben le hacía escuchar a los Beatles, los Stones o Cream, pero a partir de entonces grupos como Thin Lizzy o Kiss también tuvieron su espacio en la casa de los Ulrich. Poco más tarde Lars Ulrich aprendió a tocar la batería y una vez en Estados Unidos puso un anuncio en un diario de Los Angeles llamado 'The Recycler' buscando compañeros para formar una banda de metal. Respondió un chico llamado James Hetfield que era vocalista y tocaba la guitarra. Desde entonces a ambos se les conoce como Metallica, uno de los grupos de rock más grandes del mundo

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